Opinión | El Embarcadero

Contrastes

Con ellos se emplea el término ‘mena’ pues se desea deshumanizarlos 

Hay quien pensará que la vida está colmada de contrastes, de matices, de miradas… Y algo de razón puede que tengan. Ahora bien, cuando esas diferencias alcanzan cotas elevadas, exageradas me atrevería a decir, suponen un problema enorme. Existe un contraste que me llama la atención. Por un lado, el de los afortunados que viven en países ricos y sus ingresos les permiten viajar, disfrutar de sus días de descanso, provocando en algunas zonas (como el archipiélago canario o Palma de Mallorca) una masificación que genera ya algunos rechazos entre la población local. Por el otro, las migraciones: el movimiento de millones de personas en todo el mundo que se desplazan a otros territorios porque huyen de guerras, de la pobreza, de persecuciones o de los efectos del cambio climático, que afecta negativamente a sus formas de vida. 

Ese contraste se ilustró de manera clara hace unas semanas, cuando un crucero de lujo que daba la vuelta al mundo, el Insignia, rescató en las aguas del Atlántico a sesenta y ocho personas que se hallaban en un cayuco a la deriva. Turistas con un alto poder adquisitivo, con sus existencias placenteras, se toparon con un escenario que les resultaba ajeno. Personas que salieron de sus hogares, en países enriquecidos, con su maleta en la mano para pasar sus fastuosas vacaciones frente a otros con la maleta de la vida a sus espaldas, en busca de mejoras. Su tabla de salvación fue ese buque de pasajeros, que pudo llevar a esas personas deshidratadas, en situación crítica, sin esperanza a bordo de esa precaria embarcación, al puerto de Tenerife. Este hecho nos pone frente al espejo de la gran paradoja de la desigualdad, con personas que viajan por placer, despreocupadas, y la de otras que se ven obligadas a desplazarse forzadamente porque no les ofrecemos otra vía para llegar a un espacio seguro. Quienes iban en ese crucero presenciaron un hecho que, estoy seguro, les marcará. Y es que cuando se pone rostro, se humaniza la realidad de las migraciones, de la gente desesperada, se genera una actitud empática que hace que se preocupen por su estado, quieren ayudarles, auxiliarles, darles las condiciones adecuadas de vestimenta, aliento… y poder así solventar ese primer momento de recepción. Me niego a creer en esos bulos que pretenden confundir, generando una criminalización falsa de las personas migrantes, entre ellas de los menores no acompañados. 

No es casual que con ellos se emplee el término ‘mena’ pues se desea deshumanizarlos, se les trata de quitar dignidad cuando son eso: menores solos que llegan a nuestro país y tienen un nombre y una historia. Imaginen verse así, solos en un país que no es el suyo, cuando se es un niño o adolescente. Hay que protegerlos pues son los más vulnerables entre los vulnerables. Son solo chavales que huyen de situaciones límites y que, por supuesto, si reciben oportunidades, la mayoría las van a aprovechar. Un ejemplo lo encontramos en Joseph Dassaev Nkongo Nkomo, que salió de Marruecos en patera tras cruzar por Camerún, Nigeria, Níger y Argelia con tan solo 15 años. Sin saber una palabra de castellano, se matriculó en la ESO y ahora, 9 años después de llegar a España, está a punto de graduarse en Derecho con 4 matrículas de honor. 

Con su proyecto ‘África en 1 click’, y miles de seguidores en redes sociales, desea acercar, a través de una plataforma digital, el continente africano al público hispanohablante. Una muestra palmaria de que las migraciones siempre aportan aspectos positivos, les pese a quien les pese. Ante tantas desigualdades e injusticias, merece la pena recordar las palabras de Gandhi: el mundo tiene lo suficiente para satisfacer las necesidades de todos, pero no la codicia de todos.