Opinión | El Embarcadero

Por una moda sostenible

La solución, la sabemos: dejar de comprar tanta ropa y, para variar nuestra indumentaria, recurrir a otras fórmulas, como el arreglo y la reutilización

La llegada de una nueva estación, en este caso el verano, supone -si no lo hemos hecho ya- sacar otras prendas, ver qué ropa me está bien del año pasado, me gusta… y ponerla a punto para que ofrezca su servicio. Es el momento en el que mucha gente decide dejarse llevar por un absurdo sistema de moda basado en el estreno por temporadas, la ropa barata y un marketing permanente que nos incita a comprar inconsciente e impulsivamente, cambiar y renovar nuestros armarios de forma constante. 

Está claro que a todo el mundo nos gusta llevar una vestimenta que nos favorezca, pero esto no justifica que se desate una locura consumista a la que parecemos estar abocados, consistente en ir a tiendas físicas (o por internet) y adquirir ropa sin pararnos a pensar en qué me hace falta. Que cada pocos meses compremos camisetas, pantalones, jerséis, camisas, chaquetas, abrigos, faldas o sudaderas por poco dinero nos está generando una montaña de basura gigante difícil de gestionar y, al ritmo de producción actual, el reciclaje de todas las prendas que se fabrican es imposible. La moda de usar y tirar causa en nuestro país un millón de toneladas de residuos textiles al año, en torno al 14 por ciento de toda la UE, incluyendo ahí los excedentes de fábrica (existencias que no se logran vender). Ese desaforado sistema de compra de artículos de textil es insostenible puesto que puede suponer hasta un diez por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero, según algunos estudios. A su vez, posee enormes impactos medioambientales y sociales, dentro y fuera de nuestras fronteras. 

Quizá el más visible sea el de los inmensos vertederos donde los residuos textiles se descomponen al aire libre, en un proceso lento que conlleva emisiones de gas metano, procedentes de materiales orgánicos como el algodón, el lino o la seda; sin olvidar, los microplásticos, presentes en prendas de origen sintético, y que van a parar a corrientes de agua y al interior de la tierra. Uno de los vertederos de ropa desechada más grandes, provocados por la rápida obtención en masa de ropa barata conocida como moda rápida o ‘fast fashion’, se halla al norte de Chile, en el desierto de Atacama, pero no es el único, por desgracia. En África, países como Ghana o Kenia, entre otros, acogen montañas de basura de ropa usada y desechada por quienes viven en países ricos. Este panorama tan desalentador es un cruel retrato de nuestros hábitos de consumo y consumismo. No podemos aceptar ese modelo de compra masiva de ropa; el planeta no lo puede soportar. Con este ritmo somos incapaces de reciclar todas las prendas que generamos. No solo por la cantidad, sino también por las dificultades que entraña: muchas no pueden reciclarse debido a la mezcla de materiales que presentan y, aunque se pudiera, no siempre es lo más recomendable, dado que implica un alto gasto de recursos (agua, energía…). 

La solución, la sabemos: dejar de comprar tanta ropa y, para variar nuestra indumentaria, recurrir a otras fórmulas, como el arreglo y la reutilización (practicar más un verbo que suena genial: remendar), la adquisición de prendas sostenibles y de calidad, o el trueque y la venta de segunda mano. En Badajoz ya hay experiencias en este sentido, como la llevada a cabo en El Prestao (de Fundación Atabal): una quedada ciudadana para intercambiar ropa que ya no nos ponemos con la que lleven otras personas. Sin duda, la mejor manera para renovar nuestro armario de forma sostenible. O recurrir a establecimientos como La Mamarracha Vintage, también en pleno casco antiguo de la capital pacense, que combina muy acertadamente la moda sostenible y ‘vintage’, de segunda y tercera mano, y sin género (superando esa absurda etiqueta de «ropa de mujer» y «ropa de hombre»). Se trata de algunos ejemplos que nos ayudan a entender que la salida pasa por las opciones ecológicas y no yendo a centros comerciales, al tiempo que exijamos a gobiernos e industria que fabriquen mucho menos ropa, de mejor calidad y que sea reparable. Por suerte, cada vez somos más conscientes de ello y estas alternativas siguen creciendo, en la línea de lo marcada por la economía social y solidaria.