Opinión | Disidencias

FFyF

Por unos días, nos recuerdan que Badajoz es flamenca y, también, portuguesa y ese es nuestro orgullo

Se cumplen 17 años desde que el 20 de junio de 2008, la consejera de Cultura y Turismo de la Junta de Extremadura, Leonor Flores, anunciara la creación de un festival que, bajo la denominación de Badasom, uniría al flamenco y al fado en el recinto de la Alcazaba y durante varios días de julio. El verano es propicio para festivales de todo tipo y por todos lados y, cierto es, que Badajoz nunca ha estado agraciada con este tipo de citas, bien por la falta de ayudas institucionales, bien por la ausencia de iniciativa privada. 

El único festival de teatro que teníamos, en julio precisamente, era injustamente criticado por algunas falsas elites que despreciaban la programación y el lleno diario. El erial, en cuanto a música, fue cubierto por Los Palomos –que, realmente, no es en verano; de hecho, el primer año, se celebró a primeros de abril-, los de la feria de San Juan, alguna que otra cita de solista o banda en la terraza del López de Ayala, en el viejo Vivero o el auditorio Ricardo Carapeto –donde acabaría recalando, al poco tiempo, el Badasom-, el Contemporánea –nunca dejaré de insistir que su salida de Alburquerque era inevitable y solicitada por sus promotores, su llegada a Badajoz supuso un revulsivo y su devolución a sus orígenes, un engaño con razones partidistas que fueron las que, posteriormente, sirvieron para desviarlo a Olivenza y ahí ya no sirvió aquello de que debía recuperar la esencia de sus inicios y otros relatos de mercadillo- y, más recientemente, un Alcazaba Festival que suena a pan para hoy y hambre para mañana. 

No tenemos el Teatro romano de Mérida, pero la Alcazaba árabe de Badajoz también es un buen escenario para un mejor festival

No tenemos el Teatro romano de Mérida, pero la Alcazaba árabe de Badajoz también es un buen escenario para un mejor festival. Aquel Badasom, que no se celebró ni en 2012 ni en 2020, mutó a FFyF, o sea, Festival de Flamenco y Fado, en 2017. Durante quince ediciones ha ido recibiendo a artistas de uno y otro lado de la Raya, trascendiendo en algunas ocasiones a otras músicas (Chambao, en 2008; Noa, en 2017; Macaco, en 2013 o El Bicho, en 2008, que fue Miguel Campello en 2014) sin olvidar aquella explosión musical en 2013 de Buraka Som Sistema), pero manteniendo su esencia flamenca con artistas universales (Paco de Lucía, en 2013) o más terrenales (José Mercé, en tres ocasiones, Diego ‘El Cigala’, Vicente Amigo, Tomatito, Sara Baras, Eva Yerbabuena, Poveda, Enrique y Estrella Morante, Raimundo Amador, Farruquito, Niña Pastori, Diana Navarro, Carmen Linares o Alba Molina, entre tantos, y, desde luego, acercando el fado de la mano, la voz y el talento de Mariza o Carminho (ambos hasta en cuatro ocasiones), Camané y Dulce Pontes (en tres ediciones cada uno), Cuca Roseta o Misia, Carlos do Carmo o Ana Moura, entre otros grupos y solitas fadistas. 

Y, por supuesto, los artistas extremeños, ya entre los grandes, como Esther Merino, Miguel de Tena, Celia Romero, Pedro Cintas, Javier Conde, Raquel Cantero, La Kaita, Alejandro Vega, El Madalena, el Peregrino, El Viejino, los homenajes al Porrina y despliegues grupales como el Ballet Nacional de España (2009 y 2017), Ballet Flamenco de Andalucía (2016) o la Orquesta de Extremadura (2018 a 2024). En fin, decenas de artistas que, por unos días, nos recuerdan que Badajoz es flamenca y, también, portuguesa y ese es nuestro orgullo, parte de nuestra identidad y de nuestra cultura más internacional. Eso sí, en Badajoz no somos conformistas, desengáñense; siempre aspiramos a más y, cuando miramos para otro lado o no nos quejamos, no es por debilidad, sino por prudencia, porque sabemos que nuestra fuerza y capacidad es lo que nos ha convertido en la ciudad más importante del suroeste ibérico. Aunque no tengamos AVE y, demasiado a menudo, nos ninguneen descaradamente.