Opinión | Disidencias

Ocurrencias

Hay quien asegura que detrás de la genialidad dialéctica de un político siempre hay un retorcido asesor y que tras las tonterías cósmicas que a veces pronuncian esos mismos políticos u otros que pretenden emularlos, están ellos mismos frente al espejo. En la España de hoy, todo es comunicación política con el aliño de la ponzoña partidista, guerracivilista y autocrática que lo contamina, donde sobresalen relatos, argumentarios, ideas fuerza, discursos, titulares con expectativas, la foto bien traída, la llamada al medio amigo, el minuto de oro y la entrevista alfombrada que se cocina en los warroom de gobiernos y partidos que acaban por copar la actualidad, los informativos y las tertulias en los medios, matando al periodismo de verdad y a la verdad misma con la falsa pretensión de que al ciudadano normal le interesa cuanto vocifera el charlatán de feria. Sin embargo, siendo sinceros, hay grandes descubrimientos en este devenir del mensaje que cala, a veces provenientes de la propia gente, las pocas, y casi siempre orquestados en la mente de un fenómeno que encuentra a su paso a un populista o a un tonto que le compra la mercancía y la interpreta con magistral disciplina, sea campaña electoral, debate televisivo o canutazo improvisadamente preparado. El eslogan –palabra aceptada por la RAE en 1984 y procedente de la expresión gaélica del siglo IX, sluagh-ghairum, que significa grito en la multitud- como rito, como tótem, como recurso para fijar posición, cambiar conciencias y convencer al personal. Del legendario Its the economy, stupid! (Clinton, 1992) al America is back (Biden) como respuesta al MAGA (Make America great again) de Trump que, a su vez, recogió del Reagan de 1980: Let’s make America great again, sin olvidarnos del Yes we can de Obama, aquí recogido por Podemos y por las aficiones futbolísticas cuando quieren que gane su equipo y cantan aquello del ‘Sí se puede’. La propaganda, que es el fin del eslogan, no es ajena en las dictaduras; más aún, suele ser herramienta de eficaz penetración social. Recuérdese en la España de Franco aquello de «una, grande y libre» o el «Plus Ultra» o «Hasta la victoria siempre» (la Cuba de Fidel). Con la democracia, Suárez hizo famoso el «Puedo prometer y prometo», Tejero el «se sienten, coño», Felipe ganó «Por el cambio» en el 82, Aznar se encumbró con el «Váyase, señor González» y hasta en La Habana llegué a oír en el 98 lo de «España va bien», ZP –otra ocurrencia, en todos los sentidos- enarboló el «Merecemos una España mejor», Sánchez –con un diseño muy a lo Obama- nos decía «Haz que pase» y Ciudadanos adoptó el «Vamos» que, curiosamente, coincidió con Movistar e Ibercaja. Mientras tanto, el pueblo –«La imaginación al poder», «Seamos realistas, pidamos lo imposible», «Un poquito de por favor», «Quién me ha puesto la pierna encima para que no levante cabeza», «Hasta aquí puedo leer», «Yo he venido a hablar de mi libro», «La noche me confunde», «Si me queréis, irse», «Siempre negativo, nunca positivo»- o la autoridad -«¿Por qué no te callas?», «Exprópiese», «Un paso atrás ni para coger impulso», «España nos roba», «El dinero público no es de nadie», «La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento»- nos han ido proporcionando esas píldoras de conocimiento infinito donde se conjugan la brevedad, simplicidad, concisión, brillantez y recordabilidad, los pilares de una buena frase, eslogan u ocurrencia. Ayuso decía aquello de «comunismo o libertad», Abascal hablaba de «la derechita cobarde» y, ahora, Sánchez ha sacado lo de la «Fachosfera» (el problema es que ya le inventaron su alter ego: la «Sanchosfera») y «la máquina del fango», que como eutrapelia no está mal. El problema es que luego le molesta lo de «Que te vote Txapote», le recuerden aquello de Rubalcaba de que «Los españoles se merecen un gobierno que no les mienta» o lo de Pío Cabanillas, un artista del trazo corto: «Ganaremos, señorías, no sé quiénes, pero ganaremos» o, aún mejor: «No, en política, siempre significa no…de momento».

*Juan Manuel Cardoso es periodista