Opinión | Disidencias

Leones

Mi feria de San Juan son recuerdos de ir de la mano de mi madre, con mi padre

y mi hermana, a montarnos en los cacharritos

Mi feria de San Juan son recuerdos de ir de la mano de mi madre, con mi padre y mi hermana, a montarnos en los cacharritos y comernos un pollo asado, cuando aquello era una novedad que solo veíamos una vez al año o la iniciación adolescente de recibir la paga semanal y un dinero extra para montarte en las atracciones con tus amigos, al acudir por primera vez sin la protección familiar y con el ansia viva de probarlo casi todo, cuando no daban tanto miedo los cacharros y uno podía volver caminando sin peligro a casa. 

Mi feria de San Juan son recuerdos de una feria en La Paz, de teatro y revistas en el López o el Menacho, de Pedro Osinaga o Florinda Chico, de los cartelones de Juanito Navarro, Ozores, Camoiras y Zori, Santos y Codeso acompañados de estupendas vedettes que nos ponían los ojos como platos, de las fotos del teatro chino de Manolita Chen, espectáculos a los que, por supuesto, jamás entrábamos, de verbenas en San Francisco y bailes de las sociedades como el Casino o la Hípica.

Mi feria de San Juan son recuerdos de la tómbola El Maño y los churros con chocolate de los Hermanos Pernía, del perrito piloto, la muñeca chochona y Paquito el chocolatero sonando en la voz de Pepe None, de las escopetas de balines que no daban ni una, del tren de los escobazos, de la noria sin jaula, que aquello sí que era un peligro, del gusano loco, la casa del terror y el salón de los espejos. 

Mi feria de San Juan son los recuerdos de una feria que terminaba por San Pedro y San Pablo, de gigantes y cabezudos, del bombero torero –que hoy nos meterían a todos en la cárcel como poco-, de corridas de toros que duraban casi una semana y por donde solo pasaban los buenos –más reciente, el recuerdo de José Tomás, en el día más caluroso de nuestra historia-, del Trofeo Ibérico, por donde también pasaban los buenos, del tijeretazo británico y otro buen puñado de casetas públicas y privadas. 

Mi feria son recuerdos de cuando acudíamos a ayudar a montar el circo para que nos dieran algunas entradas. El circo, ese mundo de asombros y extraordinarias estrellas que pertenecían a un universo que nos deslumbraba y, al que, por unos días, pertenecíamos. El circo, con tres pistas o pista sobre hielo, con todo tipo de animales, acróbatas y trapecistas y payasos que, más que gracia, daban un pelín de miedo. Por ejemplo, el gran circo mundial fundado por José María González Villa a finales de los años setenta –por cierto, de Badajoz-, cuyo hijo, José María González Junior se convirtió –con sus caballos, tigres y elefantes- en uno de los domadores más geniales del planeta, trayectoria que se truncó en 2002, con solo 26 años, por un trágico accidente de tráfico. 

Mi feria de San Juan es el recuerdo de aquella entrevista de 1993 y de cómo me enseñó algunas de sus habilidades para la doma. Hablando de animales, mi feria de San Juan también es el recuerdo del circo de Ángel Cristo y de cómo en 1998 se dejó «olvidados» (en realidad, Cristo tuvo que ser hospitalizado y había pedido permiso para dejar parte del circo allí, pero la cosa duraba ya 21 días) junto al Puente Real, varios remolques, uno de ellos una jaula, con una leona, un tigre y seis leones que, pese a diversas polémicas, sí estaban debidamente atendidos. El domador declaró en esos días que el 24 de julio estarían ya debutando en Almería. Uno año después, el asunto seguía coleando, pero, esa, esa es otra historia que nada tiene que ver con mi feria de San Juan, que también fueron las mulillas hasta la plaza de toros o la feria de día en sus momentos de esplendor.