Opinión | La frontera

37 grados

Vuelvan a escribir a quien ya solo recibe facturas y publicidad en su buzón

Marca 37 grados el termómetro en la calle. Y en la radio no hay manera de encontrar música que no sea la que todos imaginamos sonando en un chiringuito de playa. Los grupos en el móvil se llenan de despedidas hasta septiembre y prometen fotos. En mi clase de Pilates las compañeras se borran porque no aguantan el calor. Pongo la climatización del coche en Low. Y aun así me falta el aire. Voy por la segunda ducha del día. Con agua fría que a mí me parece tibia. El perchero de la entrada, que hasta hace nada tenía chubasqueros y paraguas, se va llenando de gorras y sombreros de paja. No me quejo. Es Extremadura y es verano. 

Mi padre diría que ya no hacen las temperaturas de antes. Me recuerdo repasando temas de filosofía para la selectividad en la bañera. Estamos aclimatados. Sabemos hacer corriente, enfrentando ventanas abiertas de madrugada y cerrar a cal y canto antes de las diez. Sombrear la casa, retirar las alfombras y refrescar los suelos, regar las pilastras del zaguán, temprano. Beber mucho gazpacho y café con hielo. Yo, que soy más de inviernos, lo cojo, sin embargo con gusto, disfruto de cada época. La maravilla del perfume de los tomates de Las Vegas bajas. De los melocotones, primorosos, rebosantes. De las higueras con su sombra oscura y su promesa de dulzor. De las siestas largas y los amaneceres cuajados de propósitos. 

Es un tiempo de verbenas. Y de cine. De volver al pueblo los que tienen la suerte de tenerlo. De tardes diletantes, largas, pegajosas, bajo el ventilador, que arrulla, y envuelve, como si fuera un metrónomo. De sandía que llena la boca y mancha de puro gusto. De planes. De listas de libros. Del sonido del clic de cerrar maletas. De postales. De esas que llegaban tarde o nunca, cuando no había otro modo de decirle a alguien «Esperamos que al recibo de esta estés bien. Hemos llegado bien a Torremolinos». 

Hace unos años, con mi mejor amiga enferma, me propuse volver a escribirlas, para decir «pienso en ti». Elegirlas en los estantes con cuidado, imaginando cuál le gustaría más, buscar entre los sellos de colección, el más alegre, un corazón, una flor, un faro salpicado de espuma, y escribir, mordiendo la punta del bolígrafo, buscando las palabras, con su cara, su mirada, presente, mandándole fuerza, rezos, cariño. 

Háganlo, vuelvan a escribir a quien ya solo recibe facturas y publicidad en su buzón. Es tiempo de preparar. De soñar el sueño. Y de sucumbir, de dejarse ir, de desperezo, de madrugada, de no andar de puntillas sino con los pies descalzos. 

Feliz verano.