Opinión | La frontera

Domingo de elecciones

Como lo que más me gusta es mirar les contaré sobre lo vi el día de las elecciones europeas

Si no se sabe de algo, mejor quedarse calladito. Siempre intento escuchar cuando no sé, o sé menos que otros, y aprender. Practicar el "me gusta cuando callas…" que diría Neruda. Por eso qué les voy a decir yo sobre las elecciones europeas, que no hayan dicho mejor estudiosos, académicos, estadistas y que no se haya comentado en tertulias y debates. Como lo que más me gusta es mirar les contaré sobre lo vi el día de las elecciones. 

Amanecí en un Portugal fronterizo, que tarda en despertar y, cuando lo hace, se despereza con parsimonia. Apenas una pareja que sube a misa en el Convento y, al poco, las campanadas de las iglesias, a apenas dos pasos, pero con un minuto de diferencia entre sus sonidos, llamando a los pocos fieles que, arreglados de domingo, acuden, sin prisa. Un parroquiano está sentado en un banco, a la sombra de una jacaranda en flor. Con su gorra de "cuadrinhos" y una garrota, me saluda con curiosidad. Dos veces tuve que repetir “voy a vota”. Cuando ya creí que me había hecho entender, la pregunta de “a votar qué “, me cogió desprevenida. Sin saber si era en broma o en serio, me detuve. Su gesto no dejó lugar a dudas. Me vi en la obligación de explicar “hoy son las elecciones europeas”. No hubo más respuesta que un “bah!” cansado, y un mirar a un perro que pasaba, también con aspecto, de importarle poco los otros.

En eso me fui pensando, y como cada fin de semana, sintonicé Rne "Hoy no es un día cualquiera". Pocas veces me ha parecido tan adecuado un titulo. Y como si fuera la sintonía del programa, llegué a Badajoz canturreando, convencida “Hoy puede ser un gran día”. Me costó aparcar cerca del colegio electoral, y nada más entrar comencé a saludar a gente. Compañeros de profesión, conocidos de un banco, de un café, de un juzgado, amigos que no veía hace tiempo. Los abrazos se repetían, con ganas. Desde fuera parecía una fiesta. Y lo era. Esa bendita posibilidad de hablar y de ser así escuchado, con el gesto de introducir un sobre en una urna. El sobre, sencillo y prodigioso, a la vez, que todo lo puede. No aislado, no solo, sino unido a otro, a muchos que van depositándose, en la caja transparente, como si fuera la voz deseosa de ser abierta, de elevarse al oído de los que nos gobiernan. 

Me sigue pareciendo un privilegio oír mi nombre y poder dejar un recado, un mensaje en la botella, con la seguridad de que llegará a puerto. Los miembros de la mesa, los apoderados de los diferentes partidos, llevan prendida su identificación y la sonrisa de quien comparte un objetivo común, velar para que nada perturbe, garantizar que nadie pueda ser callado. La charla distendida, la diferencia que no enturbia, la responsabilidad, no tomada a la ligera, pero si con la cordialidad de saberse vecinos, próximos. A la salida algunos llevaban bandejas de pasteles, dispuestos a celebrar la tarde, las terrazas estaban llenas, y un jolgorio, especial, ascendía hasta el cielo, azul, impecable, placido, de un domingo de verano.