Opinión | La frontera

Auster

Echaré de menos sus paseos en el tiempo, adelante y atrás, y atrás y atrás y adelante, en esa visión casi obsesiva sobre el azar que, de alguna manera, comparto

“…y cuando llega a la primera casa y llama a la puerta, empieza el último capítulo de la historia de S. T. Baumgartner”. El cuenco con pipas de calabaza que me llevé junto al sillón, justo delante de la ventana, sigue casi lleno. El hielo se ha derretido y el té matcha parece un mejunje verde, triste, porque la lectura hizo olvidarlo. Ni siquiera João Gilberto, consigue animarlo. Suena el concierto de  noviembre de 1962, “Bossa Nova at Carnegie Hall”. Y un poco más de Nueva York se hace presente en casa, en este Badajoz ya entrado en calores. Así se acaba el último libro de Auster. Y cerrándolo, sobre mi regazo anida la consciencia de que no habrá más libros suyos, la certeza de que echaré de menos sus paseos en el tiempo, adelante y atrás, y atrás y atrás y adelante, en esa visión casi obsesiva sobre el azar que, de alguna manera, comparto, la mirada desde su ventana, navegando por el barrio hasta posarse en lo más nimio, para, paginas después hacerlo aparecer , convertido en extraordinario.

Hizo de Brooklyn algo casi nuestro. Leerlo y recorrerlo y habitarlo y recordarlo. Susana me habló de la costumbre de un familiar suyo, que me hizo leer a Auster de un modo más activo. Se trataba de localizar con google maps las calles donde trasitaban sus personajes, localizar las cafeterías, la esquina de Columbia, la librería donde acudían... Prometí, incluso, hacer alguno de esos trayectos y contarles después. Una mañana nevada me llevó, temblando, hasta el elegante restaurante donde el protagonista quiso impresionar a una chica, con la decepción de que llevaba años cerrado. Descubrí, así, otra parte de la ciudad, y con cada silueta alta, encorvada, que me crucé aquel día, inventaba conversaciones con él, sobre la contingencia y sobre literatura, sobre la nieve y la belleza.

Reconozco los primeros acordes de “Tristeza”, de Sergio Mendes. Y me detengo, aun con el libro en las manos, sintiendo su perdida. Me doy cuenta en ese momento de que la faja encarnada que envuelve el libro y lo presenta como “Vivir con miedo a perder es negarse a vivir. El esperado regreso a la Novela de Paul Auster” , está casi intacta. Lo he leído rápido, con ganas de llegar a un final que sabía, como sabía ya de su muerte al abrirlo. Con mis hijos teníamos el ritual de comprar el primer día que salía a la venta cada libro de la saga de Harry Potter y de ir al cine, también, el día del estreno. Algo así me ha pasado siempre con Auster, desde que leí su “ Palacio de la Luna “. Esperaba la publicación en español como agua de mayo y si mi vida, en aquel momento, tenía ajetreo y ruido, lo guardaba. Esperaba el lugar y el instante propicio, vacaciones, el mar, una tarde larga, Madrid en verano o Manhattan.

Aún recuerdo ese racionar las horas de lectura para que no acabase nunca “Brooklyn Follies”. No es poca cosa, en mi opinión, que puedan decir de uno que ha hecho feliz a muchos, en su caso, a muchísimos. Le pido a Alexa que interrumpa el concierto. Sabiendo, que este “Baumgartner” no ha sido el mejor de sus libros, lo deposito con cuidado en la estantería, con respeto, despidiéndome. Dando las gracias.