Opinión | El Embarcadero
Más utopías
La dimensión utópica nunca nos tiene que abandonar, da igual la edad que tengamos
Que hay bastantes noticias que nos generan malestar es algo sabido. Para ver un telediario o leer un periódico, esa vieja costumbre que algunos mantenemos, uno tiene que armarse de valor y fortaleza para no deprimirse: guerras, masacres, bulos, polarización, más violencia... Resulta poco recomendable dejarse llevar por esas informaciones que, cuando no nos sulfuran, nos provocan mal humor y hasta migraña. No es para menos. Por ejemplo, el panorama que dibujan algunos agoreros en el viejo continente es para echarse a temblar, con dirigentes ultraderechistas que pueden conquistar más poder.
¿Qué ocurrirá tras las próximas elecciones al Parlamento Europeo? Hay quien aventura una coalición entre la derecha y parte de la ultraderecha para conservar el control de las instituciones de la UE. Ya están allanando el camino, dulcificando a una Giorgia Meloni cuyo discurso es igual de extremista y antiderechos que el de Viktor Orban, Marine Le Pen, Javier Milei o Santiago Abascal. Ante un escenario pavoroso, me rebelo y siempre pienso que es posible darle la vuelta a lo esperado, propiciar otros espacios donde florezcan utopías factibles. ¿Acaso no es otra cosa la historia de la humanidad que el intento de consumar la utopía? Esta va mucho más allá de una idea, es un sueño que aún no se ha realizado, pero que no es imposible. Solo quien no renuncia a soñar posee la certidumbre de seguir adelante de algún modo. Soñar no quiere decir siempre alejarse de la realidad, sino que se puede interpretar como tener ideas nuevas, ideas-sueños que puedan contribuir a progresar, a mejorar.
Es cierto que esos innovadores, a veces, se han sentido perseguidos por el poder, arrestados, procesados, incluso asesinados, o han acabado renunciando a sus proyectos. Hipatia de Alejandría, Galileo Galilei, Giordano Bruno y tantas otras personas se han encontrado con la necesidad de poner en cuestión verdades impuestas. Sin individuos como ellos, la humanidad no habría dado pasos de gigante. Por tanto, para lograr una meta lejana hay que creer en ella y, aunque no soplen vientos favorables para los grandes ideales, la transformación hacia un mundo mejor, con mayores cuotas de derechos y justicia social, siempre hay que reivindicarla, frente a los que defienden el «estado de las cosas»: el sistema de privilegios y dominios de unos pocos sobre la multitud.
La dimensión utópica nunca nos tiene que abandonar, da igual la edad que tengamos. Los poderosos son conscientes de lo peligrosas que pueden ser las utopías, y los sueños, sobre todo cuando estos pueden convertirse en el sueño de muchos. Y ahí me viene a la memoria un viejo refrán libertario, según el cual «cuando uno sueña solo, su sueño no es más que un sueño; sin embargo, cuando son muchos los que sueñan, empieza la realidad». En otros términos, desde la aspiración individual considero que hay que pasar a la colectiva, a la implicación comunitaria, para alcanzar avances políticos y sociales.
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