Opinión | EL CHINERO

Demanda al bus

Un servicio público no tiene que ser rentable. Pero esta premisa ha cambiado este verano en Badajoz

Varios usuarios suben a un autobús urbano en Badajoz.

Varios usuarios suben a un autobús urbano en Badajoz. / S. GARCÍA

Siempre resuenan más las críticas que los halagos. Los errores se pronuncian con mayor volumen que los aciertos. Si algo funciona bien carece de eco. Pero si se estropea o no se adapta a la necesidad para la que fue formulado, salta la chispa. Es lo que suele ocurrir y con las redes sociales el efecto se multiplica exponencialmente.

Ha sucedido con el servicio de autobús urbano en Badajoz. El ayuntamiento informó de un día para otro que este verano el equipo de gobierno y la concesionaria, Tubasa, habían decidido modificar 10 de las 21 líneas que recorren la ciudad. La mitad, prácticamente. Lo de un día para otro es literal. El concejal de Transportes, José Luis González, compareció el martes 2 de julio y los cambios empezaban a aplicarse el miércoles, día 3, ya entrados en el mes. Cambios que han supuesto la reducción de la frecuencia de paso de los autobuses en los que, en la mayoría de los casos, se duplica el tiempo de espera en la parada entre un autobús y el siguiente. Los nuevos horarios se aplican en julio y agosto, cuando se supone que hay menos gente en Badajoz. Sobre todo, menos estudiantes. Menos gente y menos usuarios del transporte público urbano, se entiende. Desde el primer día ha habido quejas entre los asiduos al bus. De inmediato, entre aquellos que ese mismo día comprobaron que el autobús que tenían que coger para llegar a su lugar de destino se retrasaba más de la cuenta. No se habían enterado de los cambios y los cogió con el pie y el humor cambiado. Menudo fiasco y menudo contratiempo si para ese vecino es el único medio de transporte que lo lleva a su lugar de trabajo. Los incondicionales del autobús adaptan su trajín a la oferta de horarios y cualquier modificación sin previo aviso trastoca la organización de su vida diaria. Es cierto que es cuestión de acostumbrarse. Pero poca costumbre se puede generar en solo dos meses. El trastorno ya está hecho.

El argumento de Tubasa, por boca del ayuntamiento, es que en verano baja la demanda. Tienen razón los que se quejan de que es una forma de castigar a los que se quedan en Badajoz, porque no pueden o quieren irse de vacaciones en julio ni agosto. El ayuntamiento aduce que se basa en las estadísticas. No las ha mostrado. Solo cita el caso de la línea 3, que pasa de una ocupación del 43,12% en junio a un 10,83 en julio y a un 7,09% en agosto, con los datos de 2023. Un descenso que también se aprecia en las líneas 9 y 18. Estas tres rutas tienen en común que llegan al campus universitario. Normal: en verano no hay universitarios. Siendo así, lo más lógico hubiese sido quitar las paradas que entran en el campus y así acortar el recorrido y agilizarlo. En lugar de recortar la frecuencia de paso, que en el caso de la línea 3 ha pasado de 20 a 60 minutos y, las 9 y 18, de 20 a 30 minutos, de lunes a viernes, lo que supone más tiempo de espera para los usuarios que, por ejemplo, necesitan acercarse al Hospital Universitario, quieren ir al centro comercial El Faro o trabajan en la Urbanización Guadiana. A pesar de las quejas, el alcalde, Ignacio Gragera, descarta restablecer los horarios del resto del año. Es el primer verano que este cambio se aplica y al final del estío valorarán sus pros y sus contras.

El primer día de funcionamiento de la nueva parada del bus urbano en el Aeropuerto de Badajoz transcurrió sin que se subiese ningún viajero. El concejal de Transportes argumentó que, aunque la demanda fuese baja, la nueva ruta de la línea 12 se mantendrá porque, independientemente de su uso, «el servicio público no tiene que ser rentable». Esta premisa no parece aplicarse a las demás líneas que enlazan los distintos barrios y que, para muchos vecinos, son el único medio de transporte que les permite conectarse con el resto de la ciudad. En verano el concepto de servicio público se resquebraja y se atiende a otros intereses que a saber a quién benefician. Desde luego no al usuario del transporte urbano, que pierde opciones de traslado y, por tanto, libertad de movimiento en una ciudad que sigue siendo la suya, aunque se vacíe.