Opinión | A la intemperie

Badajoz sin toros

¡Hay que volver a la plaza! ¡A la nuestra! ¡Alegremente! ¡Hay que romperle el espinazo al mal fario!

O casi. En Badajoz se ha perdido la alegría de ir a los toros, la alegría de llenar las calles camino de la plaza, la de marchar tras la banda a los acordes de un pasodoble. Se nos ha muerto, tras larga y penosa enfermedad, la alegría de la fiesta. Hay ciudades que, en cuestión de toros, van a más. Santander, por ejemplo. Allá, llueva o truene, la plaza luce esplendorosa, repleta de gente joven. Este mismo año ha vuelto Cáceres y lo ha hecho con cartel de no hay billetes. Hay ferias que suben y otras que bajan. Las hay de reventón y las hay que precisan de respiración asistida, Badajoz, por ejemplo.

Lo de Badajoz merecería sesudo estudio. Aquí se nos llena la boca con toros y toreros «de Badajoz». Y es bien cierto que no hay feria en España o en Francia que no acartele toreros pacenses. Qué orgullo ver sus nombres y poder decir: ¡de Badajoz! De oro y de plata, que todos nos enorgullecen por igual, que todo el que se pone delante es torero. ¡Qué orgullo verles torear más allá nuestras lindes! ¡De Badajoz! ¿Santo y seña? ¡De Badajoz! ¡Soy de Badajoz! ¡Son de Badajoz! Y decirlo allá, a orillas de otros mares… Toreros y toros, porque en cuestión de ganaderías también cantamos cuarenta en oros. ¡Y arrastramos porque podemos! Que la sangre del toro bravo tiene en Extremadura su manantial más fecundo, de condesos a victorinos… ¿Y la escuela? ¿Qué otra escuela taurina, no ya de España, sino del mundo, ha dado tantos y tan magníficos toreros? ¿No habría de bastar todo esto para que Badajoz tuviera una feria y una afición medio a la altura de tantos méritos? ¿Acaso no sería lo razonable confiar en que Badajoz luciera por San Juan las mejores galas del toreo? Va a ser que no…

Badajoz languidece. De aquellas ferias de seis festejos queda tan solo vaga memoria. Vemos con envidia los carteles de Gijón, de Burgos, de Palencia y hasta de Soria… Y el pabilo, como si supiera que la cera se acaba, tiembla. La pregunta es por qué, por qué languidece la feria taurina de Badajoz… por qué nos estamos quedando sin toros en esta ciudad. Algunos dirán que los empresarios y otros que los aficionados. Y todos aciertan. ¿Por dónde empezamos? ¿Por los empresarios? Los empresarios, los de ahora, venidos de otras tierras, son los dueños de la plaza, tienen dinero por castigo, y, en todo caso, menos afición que dinero, porque con tantos cuartos, si tuvieran afición, no hubieran presentado esta feria tan encanijada. Son los dueños de la plaza y con eso y un mando a distancia parece bastarles. Una feria a menos, como para pasar la ITV y salir corriendo. Dos carteles postineros que saben a poco. Nada más. Ni una pobre becerrada fuera de feria, ni un torero portugués, ni festejo por San Juan… Una presentación de carteles semiclandestina y unos munícipes más preocupados por subir la foto que por aportar algo de lucidez a este embrollo. Nada. O poco. Luminarias nuevas y una mano de pintura. Y, cuando caiga la plaza, quedará el solar. Nada más. Así que el público, falto de ánimo, se va alejando de los tendidos. Y lo que es peor, esto ya no huele a toros; ni el Hotel Río, ni el Club Taurino. El día que la corrida no es parte de la fiesta, el día que se esconde dentro de los muros de la plaza, ese día, anuncia su pronto colapso. ¿Por qué Pamplona cuelga el cartel de no hay billetes desde mediados del siglo pasado? ¿Hace falta que lo diga? Porque el toro es parte de la fiesta, de la alegría compartida en la calle, en los bares, en las peñas… ¿Por qué está cerrada a cal y canto la monumental de Barcelona? Porque se atrincheró dentro, tanto, que murió de inanición (y de pena y de miedo).

¡Pacenses! ¡Aficionados! ¡Hay que volver a la plaza! ¡A la nuestra! Porque es la nuestra y somos nosotros. Un plaza destartalada y fea, inmisericorde al sol y a la sombra, una plaza enorme siempre tan medio vacía que trae el mal fario de serie… ¡A ese mal fario le vamos a romper el espinazo! Que no vale con presumir de ver las grandes ferias por la tele, que no, que no es buen aficionado el que no da el pecho y carga la suerte en la plaza que le ha dado Dios en suerte. Que sí, que los toritos de aquí no son los que vemos cada tarde en Madrid. ¿Y qué? Esas grandes ferias, así, vistas en la tele, son la pornografía del toreo. Nada de eso lo vamos a ver en Badajoz. Y, aun así, ¿no es de bien nacidos volver a los difíciles tendidos de aquí con la alegría de pregonar nuestra fe en los toros y, al mismo tiempo, en nuestra tierra? Ir a ver y a que nos vean. Ir a que nadie nos eche en falta, a que nadie pueda decir que nos rajamos. Yéndonos a la playa, quedándonos en casa, no yendo a dos corridas porque queríamos ir a seis, quejándonos del bajonazo, no le hacemos daño al empresario, nos lo hacemos a nosotros mismos. 

¡Vuelva la música! ¡Vuelvan los coloquios! ¡Vuelvan los portugueses! ¡Vuelvan los huevos con jamón del Hotel Río! ¡Póngase en pie el Club Taurino, aunque para ponerlo en pie haya que colgarlo de la verga mayor! Y encienda yo mi habano… cuando por toriles asomen los pitones del primero de la tarde.