Opinión | La Atalaya

Doña Matilde (X)

El 17 de julio de 1936 una parte del ejército se sublevó contra el gobierno legítimo 

El 17 de julio de 1936, en África, y el 18, en la península, una parte del ejército se sublevó contra el gobierno legítimo de la Segunda República. La rebelión solo triunfó en algunos lugares, ni en Madrid ni en Barcelona, pero de hecho el país quedó dividido en dos zonas. El Estado, su administración, se hundió en buena parte o quedó en una situación de caos. Hubo una confusión inicial enorme y algunos movimientos políticos aprovecharon para intentar poner en práctica sus teorías. La violencia se enseñoreó de las calles en ambas zonas. Por motivos sobre los que los historiadores -me refiero a investigadores serios- aún discuten si se saquearon, quemaron y destruyeron muchas iglesias y conventos. En definitiva, monumentos históricos. La cifra total no acaba de estar definitivamente establecida. 

Los militares sublevados no se enfrentaron, en su zona inicial de dominio, a ese problema con tanta crudeza, pero menudearon en el territorio controlado por el gobierno republicano. Hasta que éste consiguió controlar la situación con los medios de que disponía y con la colaboración, en no pocos casos, de gentes cuya aparente adhesión política ocultaba intenciones indignas. Pero la guerra, con todas las características de un enfrentamiento militar entre bandos, no comenzó en julio. Los choques entre unidades organizadas -por decir algo- comenzaron más tarde. La represión a uno y otro lado se inició, con características diferentes, desde el minuto uno.

Durante ese proceso hubo bastantes daños patrimoniales -quema de inmuebles y destrucción de obras de arte, incluidos archivos y bibliotecas- y la preocupación de las autoridades civiles, en un lado, y militares, en el otro, por motivos no siempre idénticos, fue la de proteger en lo posible el patrimonio histórico y artístico -entonces estos conceptos se diferenciaban-. Se crearon órganos para recoger lo dañado o lo que podía serlo, por arrebatos revolucionarios o por acciones de guerra. Éstas iban ganando en importancia según las tropas rebeldes se acercaban a Madrid. Allí los depósitos para guardar y proteger lo salvado se habilitaron donde se pudo, pensando en su provisionalidad. Por ejemplo, en la iglesia de San Francisco el Grande.